martes, 1 de abril de 2014

Venezuela, imperialismo, oligarquía e izquierda

Ponerse en contra del proceso de revolución democrática y pacífica que se cumple en Venezuela, es traicionar de plano cualquier compromiso con el pueblo.
Por Gabriel Ángel
Lo que sucede en Venezuela es sintomático del mundo en que vivimos, dominado abiertamente por los grandes capitales transnacionales y la imposición violenta de su voluntad. Es claro que lo que se trama contra la patria de Bolívar es un regreso al pasado, cuando una corrupta clase política servil ante el poder norteamericano conducía los destinos del país.
Es un hecho que el imperialismo se propuso poner fin al proceso bolivariano. No verlo, no entenderlo, constituye un verdadero crimen contra la humanidad. Sumarse, porque se puso de moda, al coro de quienes sindican al gobierno de Venezuela de negar el ejercicio de la democracia y las libertades, es pasar a integrar las filas de la más retardataria reacción.
Lo que queda al descubierto con la ofensiva internacional e interna contra el gobierno del Presidente Nicolás Maduro, es que la democracia liberal, la única verdadera democracia para los poderes dominantes en el mundo, sólo tiene sentido cuando quiera que los gobernantes elegidos enrumban fielmente el país según los mandatos del Fondo Monetario Internacional.
Basta con que un pueblo decida tomar para sí las riendas de su destino, para que inmediatamente se lo comience a acusar de antidemocrático. No importa que las grandes mayorías nacionales sean quienes tejan la nueva institucionalidad y rodeen con su apoyo a sus gobernantes, ese régimen será calificado de tiránico y combatido sin piedad por haberse salido del libreto.
Paradójicamente en Venezuela existe una democracia ejemplar si se consideran los parámetros de la filosofía liberal burguesa. Ni siquiera se trata de que en el país hermano se haya adoptado un tipo de democracia socialista conforme a  polémicos cánones leninistas. Allí existen tridivisión del poder, pluralidad de partidos políticos, elecciones periódicas, libertad de prensa, etc.
El problema para los poderes mundiales es otro. Que esas instituciones no puedan garantizar que las clases burguesas accedan al control del poder político. No se lo pueden explicar, pero sencillamente en Venezuela los partidos que representan intereses oligárquicos no han podido ganar ni una sola elección desde el año 1998. Las pierden todas ante los pobres.
Y los regímenes democráticos no fueron concebidos para eso. Desde la misma antigüedad, su propósito fue permitir la rotación tranquila entre las distintas facciones de las clases dominantes. En las antiguas Grecia y Roma jamás se pretendió que la inmensa mayoría de población esclava alcanzara el poder. Y así también ocurrió a partir de la revolución francesa con los desposeídos.
La historia de Nuestra América y Colombia está llena de ejemplos que lo prueban. Las pobrerías, los pueblos, están bien cuando se trata de moverlos a votar por una u otra opción de carácter burgués, pero están muy mal cuando deciden tomar peligrosos caminos de independencia. Eso les significa convertirse en dictaduras, y merecer también el más duro de los escarmientos.
Lo más parecido a Venezuela es el drama de Salvador Allende en Chile. Hoy todas las oligarquías de la América Latina tienen palabras de repudio hacia la Junta Militar que gobernó a ese país durante 17 años, aunque ninguna reivindica en lo más mínimo la figura del Presidente derrocado. Hasta allá no llegan sus ínfulas democráticas, no hasta esas opciones socialistas.
La hipocresía de la oligarquía colombiana no tiene reparos de ninguna índole. Arrodillada y servil ante Washington, defensora de sus fueros como clase hasta el colmo del terror, ahora pretende presentarse zalamera y generosa ante el gobierno de Venezuela, invocando su espíritu de tolerancia y diálogo, para ayudarle en cuanto pueda a superar la crisis.
Como si la crisis no la tuvieran más bien los monopolios imperialistas y la vieja casta política venezolana, representante de unas clases superadas históricamente por su pueblo. El afán de Santos por mediar en Venezuela o facilitar un diálogo entre gobierno y oposición fascista, responde en verdad a su afán por tender la mano a la corrupta oligarquía derrotada.
Tras dieciocho elecciones perdidas una tras de otra, de manera inobjetable y limpia, excluida del manejo de los destinos de la nación por la voluntad mayoritaria de la población, esa oligarquía pretende volver al ejercicio del poder por obra de sus acciones terroristas, la campaña mediática imperialista y la presión de sus gobiernos cómplices.
Santos pretende encubrirse en una supuesta correspondencia al apoyo de Venezuela a los diálogos de paz en Colombia, cuando en realidad lo anima el afán de legitimar la conspiración planificada y financiada desde la Casa Blanca. El imperio requiere con urgencia el control de las reservas petroleras venezolanas y en ese camino apunta el gobierno de Colombia.
En Venezuela existe más libertad de expresión y prensa que en cualquier otro país del mundo. La inmensa mayoría de las emisoras radiales, de los canales televisivos y la prensa escrita destilan con la mayor amplitud diaria todo su odio contra el chavismo. Eso puede verlo cualquiera que visite el país. De hecho, numerosos corresponsales extranjeros lo reconocen sorprendidos.
Por mucho menos que los planes y atentados contra instalaciones públicas y autoridades que se ven a diario en Venezuela por parte de grupos aislados y violentos, la Policía, el Ejército y los jueces detendrían centenares de ciudadanos en Colombia o cualquier otro país. En Venezuela hay que esperar largo tiempo que los fiscales y jueces investiguen antes de ordenar las capturas.
Pero a tan amplias garantías se las denomina dictadura. No hay derecho. No se puede ser tan canalla. Aunque de la derecha imperialista y oligárquica cabe esperar cualquier cosa. Lo sorprendente es que de sectores de izquierda en Colombia, se lancen condenas contra Presidente Maduro y su revolución. Uno no entiende cómo se puede caer tan bajo.
Dar la espalda o ponerse en contra del proceso de revolución democrática y pacífica que se cumple en Venezuela, es traicionar de plano cualquier compromiso con el pueblo, con su soberanía, su independencia y sus sueños socialistas. Nadie que lo haga puede llamarse de izquierda o revolucionario. Así se fueron los garzones, así van otros tras sus huellas.
Montañas de Colombia, 29 de marzo de 2014

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